martes, 14 de junio de 2011

Al creador

Para elevar a dios en el pensamiento
Y almiarar su poder en los espacios
No es necesario un mar siempre violento
Ni un sol que vierta luces de topacios
Basta un valle alejado de rumores
Al que llegue por nuestra vida
Que envasarme el oriente con sus flores
Y que temple el ardor del medio día
Basta fijar la vista en el lucero
Pálido y triste que en las noches arde
Y escuchar el quejido lastimero
Del ave errante al expiar la tarde
Basta el roció que en los ojos brilla
Y que el rayo del sol pronto evapora
Basta del rio en la desierta orilla
Mirar el sauce que se inclina y llora
Basta la sombra con la luz mesclada
Basta el insecto  que en la raíz zumba
Basta de la flor que nace abandonada
Y se marchita al lado de una tumba
Basta la yerba en la vejez nacida
Basta un arroyo que se funde en el suelo
Una espiga de trigo bendecida
Un pedazo de selva, otro cielo
Porque la natura es el libro de quien lo mira
La grandeza de dios no se halla escrito
Ese poema que al mortal inspira
De María reló

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